jueves, 19 de junio de 2014

3 de mayo, 2011

Día de la Santa Cruz.
Día significativo para los ingenieros, arquitectos y albañiles. Se levanta la cruz en las obras en construcción para que el señor de la santa cruz cuide a todos los participantes de accidentes en la obra. Algo así.

Para los maestros, esa fecha significa cualquier día en época de exámenes finales de preparatoria. La noche anterior me tocó hacer guardia a mí, así que me llevé mis exámenes y para aprovechar el tiempo y no dormirme me la pasé calificando y sacando promedios. Dio resultado, amaneció y con la pluma roja puse la calificación al último examen. Eran las 7:00. En una mañana normal apenas estaría apagando el despertador para darme una segunda oportunidad. Me levanté de la silla y me estiré.
--Familiares del paciente García Navarrete al módulo de enfermería por favor.--Sonó la voz gangosa del altoparlante
Me quedé a medio estirón, abrí mucho los ojos y pregunté por el módulo de enfermería.
--Ahí enfrente--. Me dijo una enfermera que iba pasando.
--Soy familiar del paciente García Navarrete--dije angustiada y esperanzada.
--¿Qué es usted del paciente?
--Su hija.
--Ah, bueno. Sentimos informarle...
No recuerdo nada más. No quiero inventar una triste y desgarradora historia de llantos incontrolables o de reacciones estoicas y resignadas. Todo se me confunde en una nube borrosa de blancos, azules, beige y verde pistache. Los sonidos se vuelven un blablablá impreciso y sordo. Guardé los exámenes en el fólder y supongo que le hablé a mi hermano.
Recuerdo claramente su tranquilidad. Estaba serio, pero tenía que arreglar muchos papeles, buscar un lugar para el funeral, averiguar dónde habían quedado los papeles del cementerio, avisarle a todo el mundo. Teníamos que notificar a Aeropuertos y Servicios Auxiliares donde trabajaba mi papá. Y entonces mi hermano me dijo, -¿Quién le va a decir a mi abuelita?
¿Cómo se le dice a una madre que su hijo, que apenas hacía unos días estaba perfectamente bien, acababa de morir? Creí que lo mejor era hacerlo entre los dos.
Fuimos a la casa por un traje para mi papá. Cosas de la muerte en las que uno no piensa todos los días. Mi hermano me detuvo en la escalera. Esa escalera había sido testigo de carreras, rodadas, confesiones, pleitos, reconciliaciones. Nos sentamos lado a lado y mi hermano me dijo, --Tengo que decirte algo.
--¿Qué?
--Mi papá tenía una amante.
Abrí muy grandes los ojos.
--Me quedé con su bíper y un día llegó un mensaje que decía... Mira aquí está, te lo enseño.
Leí las letritas rojas hechas de cuadritos que se desplegaban lentamente: ¿Todo bien, Peluchín? No he sabido nada de ti.
Asqueada, incrédula e indignada solo acerté a decir, --¿Peluchín? ¡Qué ridícula!
Y me enojé y me sentí muy mal por mi mamá. Me sentí traicionada. Sentí que había jugado para el equipo contrario.

Hubo muchas noches en las que mi papá me hablaba para decirme que iba a jugar dominó con sus amigos y que me avisaba por si hablaba mi mamá porque ya sabía yo cómo era de celosa y de loca. Los dos nos burlábamos de ella y sus exageraciones. Todo este tiempo mi mamá estaba bien y mi papá estaba mal, tan mal. Mi hermano interrumpió este pensamiento para decirme, --Es que la verdad mi papá estaba galán y mi mamá le daba mucha lata.
Lo vi como si estuviera idiota o me lo hubieran cambiado. No me hizo gracia su comentario. Me levanté y subí las escaleras, --Voy por el traje café.

Mi abuelita nos vio y de inmediato supo, --¡Mi hijo, mi hijo! Gritó y lloró. Y de repente, como si una tormenta desastrosa hubiera pasado en segundos, se calmó y dijo, --Tenemos que empezar a organizar los rosarios, hay que hablarle a la comadre Lupe y dile a tu mamá que compre galletas y café.
Me quedé sorprendida. Mi abuela siempre reaccionaba a la muerte organizando eventos o planeando cambios.
Tal vez sea que los viejos van acariciando la idea de la muerte no como algo trágico, sino como un descanso merecido. Han visto la muerte de sus padres, amigos y hermanos que ya son viejos conocidos y mejora la invitan a pasar y a sentarse un rato entre los parientes.

De repente era de noche y estábamos todos en el velorio en García López, una casa funeraria con sillones de piel negra, espacios amplios y cafetería de marca. Llegó parentela que no habíamos visto en mucho años, estaban los que veíamos seguido, había sobrinos que si los veíamos en la calle no los hubiéramos reconocido, muchos de los primos de mi padre estaban ahí, entraba gente como si entraran a la estación del metro Balderas el miércoles a las 17.00. Era extraño sentir tanto gusto y alegría en un funeral. Había tantos parientes, tantos abrazos, tantas sonrisa tan fuera de lugar y tan bienvenidas. Los amigos de Rafael estaban contando chistes y guardaron un silencio cuando me acerqué. Casi me río al verlos sentirse culpables de un modo tan adolescente. La familia de Rafael me dijo que ahora ellos eran mi familia. Sentí frío en la nuca tan solo de pensarlo. Les di las gracias y les mostré lo extensa de mi familia por ambas partes, de padre y de madre. Realmente no necesitaba apoyo familiar extra, me sobraba.
Mi tía me llamó aparte para decirme que me tapara el escote y que mi padre era un cadáver hermoso, que no parecía un muerto, que lucía como un hombre durmiendo. Un primo que se acababa de ordenar como sacerdote de Hare Krishna llegó rapado y con una túnica blanca diciéndole a mi mamá que ahora mi padre vivía en otra dimensión y que dejaba el cascajo. Mi mamá le agradeció que se callara. Llegó un joven arrogante con una ostentosa corona de flores del Aeropuerto pregonando, --¡Buenas noches, señora. Ahora yo ocuparé el lugar de su marido!- A lo que mi madre espetó con gran drama, -¡Ocupará su puesto en el Aeropuerto, pero nunca su lugar!
Llegó un padre a rezar para consuelo de los católicos, llegó un pastor a orar y a cantar himnos para consuelo de los protestantes. Mi madre y mi abuela por poco se pelean al subir el representante religioso de cada quien al centro. No se trataba de eso.
Mi hermano presentó una novia que pasó toda la noche ahí. Conforme se hacía tarde los parientes y los amigos se fueron despidiendo. Un par de primas pasaron toda la noche acompañando a la familia. La tranquilidad que hay en una funeraria en medio de la noche cuando ya nadie llora, ya nadie habla, ya nadie murmura es diferente a otras tranquilidades. Hay un muerto en algún lado, pero no causa terror, causa dolor, causa nostalgia, de un modo extraño reúne a los que se quedan. Mi mamá y yo estábamos en silencio apoyadas una contra la otra. Ya no teníamos nada más qué decir. De repente todavía se alcanzaba a fugar una que otra lágrima. En algún momento nos quedamos dormidas porque cuando escuchamos ruido ya era de día.

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