lunes, 2 de junio de 2014

30 de abril, 2001


10.00 a.m.
-¿Quién era?
-Mi pa, quería que nos fuéramos a desayunar para festejar a Ame por ser el día del niño.
-No, tu papá siempre quiere ordenar qué vamos a hacer. Mi hermana quiere que vayamos a comer con ellos. Mi mamá nos festejaba dándonos de comer Gansitos y refrescos este día, porque no nos dejaba comer nada de eso nunca. Vamos a ir todos los hermanos con nuestros hijos y eso van a comer, está, padre, ¿no?
-Pues como dices, tengo que cortar el cordón umbilical algún día. Apenas ayer los vimos. Hoy toca con tu familia.

10.00 p.m.
--¿Bueno?
--¿Claudia? Soy Salvador, el amigo de tu papá. Estamos en el Hospital Álvaro Obregón. ¿Crees que puedas venir? Es donde te operaron hace poco.

10.15 p.m.
-¿Qué pasó?-pregunté.
-Estábamos jugando dominó y tu papá empezó a hablar raro. Alcanzó a pedirnos que lo trajeramos aquí. Te hablamos a ti primero para que tú le hablaras a tu mamá.
Al poco rato llegó mi mamá con mi hermano. El doctor esperaba que estuviéramos todos juntos para explicarnos de una sola vez qué pasaba. Nos metió a un cuarto oscuro, al fondo había un aparato para ver radiografías. De ahí salía la única lúgubre luz que mostraba el cerebro de mi padre en blanco y negro.
-No quiero darles falsas esperanzas... -comenzó. Mi mamá y yo empezamos a llorar. Mi hermano nos miró serio. No recuerdo las palabras exactas. Nos mostró las radiografías y nos explicó que mi padre había sufrido un derrame cerebral, que su cerebro estaba inundado de sangre que irritaba sus neuronas y que había dos opciones: dejarlo como estaba, en coma y esperar que muriera de un modo natural o abrir una válvula de escape, es decir abrir con un taladro quirúrgico un hoyo en el cráneo para drenar la sangre. Esta última opción no garantizaba nada. Podía morir en la operación, podía sobrevivirla y vivir como un vegetal babeando el resto de su vida o tal vez por algún maravilloso milagro podría salir todo bien. Yo simplemente no quería perder a mi padre. Era mi mejor amigo. Yo era su consentida. Mi hermano era el de mi mamá. Yo no quería quedarme sola. De inmediato me negué a dejarlo morir así como así.
Afuera nos esperaba Salvador, el amigo de mi papá y Rafael el padre de mi hija y mi pareja de entonces. Mi hermano invitó a Rafael a deliberar en la decisión que íbamos a tomar. -Eres parte de la familia, esto también te incumbe.

Recuerdo que mi mamá y yo llorábamos. Que no quería dejar ir a mi padre. Que nunca me dolió más tener que tomar una decisión. Rafael me hizo ver lo egoísta que era al ser la única que se oponía a dejar ir a mi padre. -Sería un vegetal. Él es un hombre al que le gusta vivir, mira que sigue trabajando en vez de retirarse, le gusta comer, le gusta verlos. No sería feliz si tuvieran que darle de comer, si no pudiera hablar, tú no serías feliz. Quédate con un buen recuerdo de tu padre.

Y entonces todos juntos decidimos que dejaríamos que mi padre muriera. Le daríamos un par de semanas antes de desconectarlo. Organizamos la primera guardia. Nos turnaríamos para cuidarlo.




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